Todas las sociedades transfieren dinero de una generación a la otra de modos distintos.

Las antiguas sociedades israelitas y la sociedad india moderna, por ejemplo, utilizan el sistema de la dote– esencialmente un pago para convencer al hombre de casarse con la mujer. (Incluso en tiempos ancianos, la fuente originaria de nuestro derecho, ¡los hombres tenían que ser convencidos para comprometerse)

En el mundo contemporáneo, se utilizan muchos modelos de transmisión de riqueza. Estados Unidos, por ejemplo, tiende a operar con un modelo meritocrático, en el que la generación de comerciantes y emprendedores ascienden desde la clase media para reemplazar a la generación que lo precedió. Vale notar que, por ejemplo, en Estados Unidos sólo el 10% de la población paga el 80% de los impuestos, y cambia un 20% cada año.

El modelo argentino, heredado de la tradición italiana que se remonta al Derecho Romano (tales como las leyes familiares o Lex Julia del Emperador Augusto), es que la transmisión de riqueza sucede, en gran medida, a través de la herencia.

Las consecuencias de esta tradición legal y cultural son significativas. La tradición tiene impacto en la legislación, estableciendo, por ejemplo, que la distribución de la propiedad entre los parientes del fallecido siga ciertas reglas, sin dejar lugar a la voluntad del causante. Esta tradición, en suma, desincentiviza la creación de riqueza e incentiviza la “renta”, en el sentido Smithsiano de la palabra.

En conclusión, cada sociedad debe elegir qué valores promover; y la sociedad argentina ha elegido consistentemente promover los valores familiares por sobre todo. Esta es la gran debilidad de Argentina– pero, más importantemente, es su gran fuente de fortaleza interna también.